Maestro Richoly

Maestro Richoly
Maestro Richoly. Foto Guerry

Libro: Biografía del Maestro Richoly (IEA, 2022)

"José Fernández Campos Richoly. Un guitarrista almeriense clásico-flamenco de proyección internacional". 

El Instituto de Estudios Almerienses (IEA) ha publicado en enero de 2022 el primer libro dedicado exclusivamente a la figura del Maestro Richoly, siendo el tercero de los libros de su colección Biografías. El IEA está integrado en el Área de Cultura y Cine de la Diputación Provincial de Almería. 

El libro se titula "José Fernández Campos Richoly. Un guitarrista almeriense clásico-flamenco de proyección internacional". 

La autora es María del Carmen Rodríguez Sánchez, y la edición ha estado coordinada por Norberto Torres Cortés. 

María del Carmen Rodríguez Sánchez junto al coordinador del libro, Norberto Torres

La portada es una composición de Luz Valera, diseñadora gráfica del Ayuntamiento de Almería, a partir de una fotografía de Carlos Pérez Siquier (publicada en "Estos almerienses" de Editorial Cajal en 1974).

Portada del libro

Biografía de la autora: 

María Carmen Rodríguez Sánchez se inicia en el lenguaje musical a la edad de seis años, estudiando clarinete en diversas escuelas y conservatorios hasta terminar el grado superior en Granada, perfeccionándose con grandes clarinetistas nacionales e internacionales.

Simultáneamente se ha formado como investigadora musical realizando el Máster de Patrimonio Musical de la UNIA y ha estudiado piano como segunda especialidad. 

Ha pertenecido a diferentes formaciones musicales como la OJAL, la Joven Academia Instrumental de la OCG, la JOSG y la BSP de Almería. De sus actuaciones cabe destacar la gira de conciertos del PACA, el quinteto KV 581 de Mozart, la Rapsodia de Debussy y el Concierto n.º 1 de Oscar Navarro.

En la actualidad es miembro de la Orquesta de la UAL, y recientemente ha tomado posesión como funcionaria de carrera en el cargo de profesora de clarinete de la Banda Municipal del Ayuntamiento de Almería.

Texto de la contraportada del libro:

Tras una documentada investigación, fruto de años dedicados por la autora a José Fernández Campos Richoly (Adra, 1920-Almería, 1995) para la elaboración de su Trabajo Fin de Máster “Patrimonio Musical de Andalucía” recientemente defendido, se publica ahora la primera obra en torno a este célebre guitarrista almeriense clásico-flamenco.

Un libro que recorre la vida y obra de la poliédrica figura del Maestro Richoly, las de un músico singular, superviviente de situaciones adversas, que ha sido capaz de llevar a cabo múltiples actividades en diferentes espacios, tocaor de instrumentos de pulso y púa, de guitarra flamenca para acompañar el cante y el baile, teclista, concertista de guitarra clásica y clásico-flamenca, director de innumerables rondallas “amateurs” y profesionales de todas las edades, fundador de pioneras formaciones guitarrísticas clásicas de cámara, compositor, arreglista, empresario musical, y todo ello alternando con su actividad de funcionario del Ayuntamiento de Almería.

El libro en los medios de comunicación y redes sociales:

Diario de Almería

Ideal

Facebook de la Diputación Provincial de Almería

Blog de la Diputación Provincial de Almería - Instituto de Estudios Almerienses

Almería 360. Periódico Digital

Instituto de Estudios Almerienses


Prólogo del libro, por Jesús Miranda:

Cumplidos los cien años del nacimiento del maestro Richoly, cuando ya se ha transformado en un símbolo de nuestra música y nuestra cultura, María del Carmen Rodríguez Sánchez nos brinda con esta monografía una oportunidad única de conocer de cerca a un personaje singularísimo y a la persona que lo encarnó. Una historia sorprendente, tan llena de lejanas referencias a una infancia frustrada por la guerra como de vivificadores esfuerzos por un futuro de respeto, convivencia, sanísimo hedonismo y, en suma, arte. Porque la peripecia vital de Richoly parte de largos años de prisión, tras la Guerra Civil, siendo aún un niño, y se proyecta a través de la oscuridad de nuestra posguerra hacia un horizonte de amistad sin el menor rencor, por un lado, y de cultura, arte y belleza, por otro. No puede haber mayor contradicción —ni más feliz oxímoron— en el devenir de una persona que esta que marca el rumbo del maestro durante toda su vida, y de la que extrajo con inmarcesible tesón su generosidad sin límite, su humanidad y hasta su forma genuinamente romántica de tocar la guitarra.

Personaje y persona son en Richoly, en razón de su genialidad, dos facetas indisociables, pues es imposible entenderlas como entes separados, como fruto del artificio. No hay en el maestro traza de tal, sino de la mayor autenticidad que caracteriza a los verdaderos artistas, esos que actúan como viven, que hablan como si compusieran algo, y que duermen siempre soñando. 

Yo conocí a Richoly —mejor, descubrí, que a alguien así se le descubre, no se le conoce— una tarde de mi temprana adolescencia, cuando vino, como haría tantas veces luego, a casa de mis padres, con los  que mantenía una estrecha amistad. Y no vino solo, pues él nunca iba solo a la casa de un amigo, sino que siempre se acercaba con su guitarra. Allí, sin esperarlo, quedé al instante deslumbrado con su  Guajira y su Soleá, con la «Serenata» de Malats, con «Asturias» y «Granada» de Albéniz, con «Recuerdos de La Alhambra» de Tárrega… 

Un repertorio extenso, prodigioso y bellísimo que de inmediato se transformó en vocación, en la vocación de un niño que había nacido 38 años más tarde que el maestro y que, sin embargo, se convirtió sin solución de continuidad en su discípulo fiel, a la antigua, e incluso en su amigo sin tener que esperar a la madurez. Esto también, y por eso lo cuento, es un rasgo característico de su personalidad: tenía un poder especial para sacar a los niños de entonces de otras distracciones y embarcarnos en el estudio de la música como si en ello nos fuera la vida, porque no solo nos enseñaba a tocar, sino que nos enseñaba también a vivir. ¿Puede haber algo más milagroso? ¿Puede haber mejor maestro?

Generaciones enteras de niños y adolescentes almerienses pasaron por su atril y se sentaron a su lado en aquellas sillas de anea del Teatro Apolo con la esperanza de aprender a tocar desde una canción de  moda, o el «Si vas pa la mar…» del Manuel del Águila, a una partita de Bach, y allí, en su academia,  invirtieron ilusión y ganas a mansalva, hasta pasadas muchas veces las 11 de la noche. Allí también  dieron todos esos muchachos una especial pátina a su personalidad, como todos los que han pasado, desde la Antigüedad hasta hoy, por una escuela con nombre de autor y no de sociedad anónima o  Administración pública. No había en el Apolo ni programa oficial ni obligaciones burocráticas a las que someterse: la regla era divertirse y disfrutar aprendiendo, y a fe mía que funcionaba.

La faceta docente de Richoly es sin duda una de las más brillante de ese poliedro que constituyó su  vida, y de ella también nos da detallada relación la autora de esta biografía. Pero además de profesor,  concertista de guitarra clásica y tocaor de guitarra flamenca, epítome de una época entera en la que la  música guitarrística tenía sus primordiales referencias en el barroco, el clasicismo y el romanticismo,  Richoly fue también un estudioso y promotor del folclore, como corresponde a su espíritu romántico  tardío. En ese lado del artista vemos firmemente representado su genuino almeriensismo, su mediterraneidad y su pugna incansable por la valorización de las tradiciones orales y populares de la  música de nuestra provincia y de Andalucía entera, junto con su buen amigo, el ya citado y también  añorado Manuel del Águila. El Grupo de Coros y Danzas Virgen del Mar, con el que representó a  nuestra provincia durante decenios en España y en el extranjero, es testigo y encarnación de ese afán en  el que colaboraron muchos artistas, bailarines como Paco Pardo y cantaores como el maestro Pepe Sorroche, que se entregaron con profesionalidad y gran dedicación a mantener ese fuego encendido, en  una época en la que la música pop iba desplazando con fuerza a esas tradiciones e incluso a otras  músicas populares más universales, como el bolero y el tango. 

Ese empeño folclorista quedó, por fortuna, codificado en el disco de larga duración Música popular de Almería, que dirigió Richoly y tuvimos la suerte, mi hermano Francisco Luis y yo, de grabar con una  extensa pléyade de excelentes músicos y cantantes almerienses, como Rafael Molina, Norberto Torres,  Paco Cara o Isabel Flores. De todo ello también da cumplida cuenta en este volumen la biógrafa del  maestro. 

La tercera y postrera faceta musical de Richoly la ocupa la creación del Trío que llevó su nombre.  Empezamos como Septeto Manuel de Falla en la primera parte de los años 70, y por decantación de la  voluntad, las circunstancias y el azar pasamos al formato de sexteto, luego quinteto, cuarteto y finalmente trío, ya con el nombre del maestro en su frontispicio. En el sexteto estuvieron, por ejemplo,  los doctores José Luis Castillo y Natividad González Rivera, así como la concertista y profesora de guitarra Marie Thérèse Olivier, mientras que del Trío formamos parte ininterrumpida mi hermano y yo. También Norberto Torres se integró de modo generoso en el grupo con ocasión de nuestra segunda gira  por la Unión Soviética, precisamente para sustituir al maestro, que ya andaba por entonces casi vencido  por el alzhéimer.

La historia del Trío Richoly, que la autora de este volumen expone con mimo y rigor, es, una vez más, tratándose del maestro, una historia de amistad, vocación y ambición. Y yo diría, con toda modestia, que lo conseguimos; que el Trío llegó a ser una referencia en esta tierra de guitarristas y guitarreros  excepcionales y que, por lo que a nosotros respecta, fue una fuente inagotable de felicidad. Lo que  disfrutamos haciendo los arreglos, ensayando, y luego tocando y viendo disfrutar a nuestro público no  es solo impagable, sino difícil de entender para quien no haya tenido esa experiencia del artista en el  escenario, oficiando su arte por el amor al arte. El Trío Richoly desplegó su actividad en múltiples  ambientes, desde residencias de ancianos pobres hasta la Sala de Conciertos del Conservatorio de  Moscú, pasando por nuestra cita anual de la Feria de la capital, cuarteles militares y hasta prisiones. De algún modo nos considerábamos y actuábamos como misioneros, tratando de llevar la verdadera palabra y el alimento de la música a los rincones más apartados; porque esperábamos que allí  germinaría y podríamos satisfacer lo que en aquellos tiempos era verdadera sed y hambre de cultura. Nada que no se correspondiera con la vocación primigenia de Richoly como docente, que él supo  proyectar en el trabajo del Trío todo lo que duró su existencia.

Y llegados aquí solo me queda darle las gracias, amable lector, por haber adquirido este volumen y aprestarse a leerlo, no sin antes agradecer al Instituto de Estudios Almerienses su publicación y, por  supuesto, felicitar a la autora. Sepa, lector, que tiene en sus manos el fruto de un riguroso trabajo  académico que, sin embargo, se lee casi como una novela. Que lo que aquí se cuenta es la historia humana y artística, valga la redundancia en este caso, de un hombre hecho a sí mismo a partir de la  mayor de las adversidades, pero que fue capaz de superarlas a base de esfuerzo, sensatez, optimismo y  amistad, y que alcanzó a emocionar con su arte a muchas generaciones de almerienses y a muchas  gentes foráneas; que fue foco de atracción para toda clase de artistas y bohemios que por aquí recalaban  para conocerlo y disfrutar de sus enseñanzas y de su arte; que rescató y revivificó el folclore almeriense hasta fijarlo canónicamente y que fue maestro de música para muchos centenares de niños  que allí, en su academia, encontraron el alimento espiritual que solo él sabía administrar con igual rigor  que indulgencia. 

Además, y en fin, disfrutará el lector de las numerosas anécdotas que jalonaron la vida de Richoly,  como aquella que me sucedió a mí mismo tras el concierto que dimos en la Embajada de España en  Bonn en 1982: los asistentes al acto eran en su mayoría representantes diplomáticos de diferentes países  a los que nuestro embajador quiso agasajar con música española. Tras el concierto, cuando se  daba un cóctel a los invitados, al maestro no se le ocurrió otra cosa que inventar que yo era, además de  guitarrista, torero, y así lo proclamó —sin ni siquiera guiñarme un ojo— a los circundantes. Y yo, por  no contradecirlo, no tuve otro remedio que quitarme la chaqueta del esmoquin e improvisar un par de  verónicas, lo cual por cierto admiró a algunos, desconcertó a otros y arrancó más de una sonora  carcajada, incluida la del muy circunspecto y respetable embajador de España. 

Ginebra, 12 de octubre de 2021

Jesús Miranda Hita